La representante del ayuntamiento
nos fue a recoger para llevarnos a nuestra casa. Llegamos y nos enseñó un zulo
zarrapastroso en el cual vivimos 3 meses (buscamos otros pisos, pero ya nos
habíamos adaptado a ese zulo y a nuestros amigos del bar de abajo que se nos
hizo difícil marcharnos).
Comencemos con las anécdotas de
nuestra casa:
La
primera impresión que nos dio fue buena, un gran edificio de arquitectura
antigua y arcos, amplio portal con un patio interior…pero al subir a la planta
y entrar por la puerta se nos cayó el alma a los pies (en mi caso no, tened en
cuenta que yo aún iba drogada y mi cara estándar era de felicidad). El piso se
disponía en una planta en la que se encontraban (explicando a medida que
entramos) armario/mi cama/sofá/mesa y sillas/mueble-tele-cocina y un baño,
además de las escaleras que conducían a una media buhardilla con una cama
¡En fin! ¿No parecía tan malo no?
Los problemas surgieron a medida que pasaban los días, cuando veíamos la poca
funcionalidad de la misma.
Por ejemplo, el hecho de que
tuviéramos que calentarnos la leche en la cacerola porque no teníamos
microondas (el problema no era no tener microondas sino que el fuego eléctrico
que teníamos no funcionaba bien). Con posterioridad, este percance lo pudimos
resolver gracias a Patrizia, una amable compañera de Elena, la cual nos prestó
uno que no utilizaba.
Sin embargo, la cocina aún seguía
volviéndonos locas. La primera vez que Elena decidió hacerse unos simples spaguetti, tuvo que esperar 45 min
para que el agua hirviese, amén de que los mandos de los fuegos estaban
cambiados.
Cuando teníamos que hacer la colada
también teníamos percances: en la primera planta del edificio había un bar (Wash
Bubble Bar el cual podéis visitar) en cuyo sótano teníamos a nuestra
disposición todo el conjunto de servicios de lavandería (lavadora, secadora e
inclusive ¡una zona de plancha y costura!) solo funcionaban las lavadoras. Las
secadoras, a pesar de intentarlo unas tres veces seguidas a tope, no hacían su
labor. Con esto, tuvimos que pensar en airearlas y secarlas de otra forma. Todo
el mundo pensará:
-¡Claro!, ¡la terraza!-
-No porque nuestro piso no era como el de las fotos…,
- ¡Bueno pues…la ventana!-
-No porque… teníamos una… con lo que no había corriente (solo en los
primeros días que hacía un poco de calor pudimos abrir la puerta), nos entraba
el frío (imaginen en pleno noviembre con nieve en la repisa…), etc, etc, etc-.
El
instinto de supervivencia mueve montañas, y como era lógico, no iríamos al
trabajo con las bragas mojadas, así que tuvimos que ir a un mercadillo a
comprar una cuerda y atarla a los lados del piso como pudimos, dejar la ventana
abierta y que el aire hiciera su trabajo.
Un truco que pudimos aplicar y
que nuestra mente vislumbró un día que hacía calor, fue aprovechar el pedazo de
tejado que partía de nuestra ventana, para secar nuestras ropas pudendas.
Colocamos una toalla a lo largo del tejado, y dispusimos la ropa al sol. La
verdad que es un buen método, podéis aplicarlo a menos que tengáis palomas
acechándoos.
Aquí os dejamos dos fotos más, las preciosas vistas de nuestra única ventana y la lavandería:
¿Te ha pasado algo parecido? !COMPÁRTELO¡
Aunque esta parte ya la conocía, me encanta la descripción que se hace del lugar, con un buen sentido del humor. ¡Animo que esto promete!
ResponderEliminarYolanda
Muchas gracias! Dentro de poco incluiremos otra nueva entrada, a ver si te gusta :)
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