Hoy queremos contaros algunas experiencias relacionadas con el transporte en Turín.
Recuerdo un día de diario en el que tenía que ir a
trabajar. Como siempre, cogía dos pullman
que me llevaban hasta mi destino, el 45 y el 67. Sin embargo, ese día había
huelga de transportes, y al no leer la stampa,
ni enterarme por la televisión, no sabía que sucedía. Llegué a la parada
tranquila, sin percatarme de que había demasiada gente para lo normal y que
algunos se marchaban. Estuve esperando un rato, mirando la gente, y
preguntando. Pero hasta que no vi a lo lejos una masificación de gente gritando
que venía hacia nosotros no me di cuenta de lo que sucedía. Le pregunté a una
chica si conocía otra manera de llegar a Porta Nuova, que tenía que llegar al
trabajo y no conocía nada. Por suerte hablaba español, y muy amablemente me
condujo hasta el tranvía que ella también iba a coger como medio alternativo.
Era como ir en el metro de Madrid pero sin túnel. Era
igualito por dentro, inclusive si no recuerdo mal, las barras también eran
amarillas, sillones verdes y azules. La gente también, parecía que iba en la
línea 10 del metro, cerca de Nuevos Ministerios. Cuando llegué a Porta Nuova,
pude coger el 67, el cual me dejaba enfrente del trabajo. Este autobús recorría
toda la avenida paralela al río Po, y pasando por el Parco Valentino, la
Universidad, por la famosa Palavela de los Juegos de Invierno y el Palazzo del
Lavoro, que estaba abandonado y en ruinas.
Los domingos algunos autobuses o cambiaban su
recorrido o no transitaban. Tenía que coger otros que atravesaran Vía Nizza,
una zona que a mi parecer, no era nada segura. Hay un gran contraste entre ver
la gente que está en la fachada principal de Porta Nuova y la del lateral, en
la que comienza un nuevo barrio.
El primer domingo yo no tenía ni idea de esos cambios,
y al darme cuenta de ello ya no sabía dónde podía coger otro autobús. Empecé a
andar y a andar, hasta que conseguí alcanzar a una mujer que llevaba una
maleta. La pregunté si sabía algo, qué podía coger, cuando de repente pasó por
nuestro lado un autobús y la mujer me gritó que corriese hacia él. El autobús
había parado en un semáforo en rojo, y la mujer aprovechó para aporrear la
puerta de apertura doble diciendo que estaba perdida y que necesitaba cogerlo.
¡Mi heroína!
El conductor, un señor de unos cuarenta años con pinta
de mafioso napolitano –calvo, con pendientes de oro-, me dijo que el autobús
realizaba otro recorrido pasando por Via Nizza y me dejaría cerca del trabajo.
En todo el recorrido –que era larguísimo, o por lo menos lo recuerdo así-
estuve de pie al lado de este señor, para que no se le olvidase decirme dónde
me tenía que bajar. A cambio de eso, tuve que aguantar su conversación, comentándome
que el español era una lengua muy sensual, que lo era más que el italiano. Le
puse media sonrisa y me alejé un poco, quedándome en silencio. Aproveché para
ojear el autobús. El tipo de gente era diferente de la del centro, había más
gente inmigrante y de clase baja. Además estaba muy anticuado, sillones
naranjas con barras descoloridas. Los autobuses tienen dos entradas o incluso
tres. Cuando llegué al trabajo se despidió de mi, y bajé corriendo para no
llegar más tarde, ya que había pasado ya media hora.
A la vuelta a casa mis sospechas sobre el conductor se
hicieron más notables. Al subir estaba ahí de nuevo, pero paró para terminar su
turno. Cuando lo vi bajar lo acompañó un señor de traje y se subió a un coche
de alta gama.
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